La siguiente no es una
historia Kafkiana por profunda, absurda, o literaria. No corresponde a alguna exquisita pieza de teatro. Quizás reveladora. Si. Del símbolo de una transformación. Representada en inversa forma a como lo
hiciera el joven Gregorio Samsa. Entiéndase la transfiguración de aquella criatura indescifrable a ser humano. Un darwinisimo físico-mental puro. Despertar
del inconsciente.
Procurare ahondar con claridad.
Hace un largo tiempo concebí la humana idea de que a mis 25 años debía comenzar a
dejar los malos hábitos. No lo he logrado por completo pero en el proceso
intento forjar una proteínica vitalidad. Recorriendo el objetivo de longevidad por alguna
de las tertulias con mis padres se fermento la obstinada obsesión de activar el ejercicio. La consigna sería una lógica simple: envejecer con todas las de la
ley. La complicada misión de elección del momentum para iniciar ha sido resuelta. Caluroso debate entre el amor o el deporte. Evito pronosticar sobre aquellos ingredientes. No quiero ser manojo de cursilería. Prefiero definir su revelación como exorcista de una voz interior.
Inmortalizador de memoria.
Tengo la convicción de que cada ser humano nació
ligado a una actividad deportiva. Difícil ha resultado el camino mio hacia la
más placentera. En el colegio estuve en varios deportes. En ninguno fui bueno. La llamada falta de motricidad. Durante la mayor parte del bachillerato odie la clase
de educación física. Yo de piel clara como el queso. Un palillo en bruto. Aborrecía vestirme de cortos pantalones azules. Autentico modelo del mundial Italia 90. Toda una propuesta vintage para la presente época. No soportaba ni la ropa ni la clase. Pensé que moriría con ese amargo recuerdo. Sucedió todo lo opuesto. El tiempo apareció envuelto en una aleatoria oportunidad. Descubrí
al longboard. Extraño concepto californiano:
surfear el asfalto. Es literal. No mienten. Lo comprueba mi satisfacción al conocerlo en persona. Se conjugan sensaciones. El viento en la cara. Movimientos
acompasados. Derrapar. La coordinación individual. Control de límites. Entendimiento en manada. Una tabla y cuatro ruedas. Quien lo iba a pensar. Solía ver el skate complicado a la distancia. Sonaría pretencioso afirmar su conquista cambiadora del curso general de mi historia.
Sencillamente lo conocí, repentina conexión, se quedo. Gotas del picante que faltaban.
El dulce de leche se derritió junto al queso. Balance definitorio de todo principio
fundamental. Localizar el control del cuerpo sobre la tabla. Dominar la maquina.
Vivir es adentrarse por un oscuro sendero cazando equilibrios. Colocar contrapesos emocionales. Ser la bascula implacable de motivadores fracasos. La natural evolución es la recompensa perfecta.
El progreso se manifiesta. Aprender del colapso se vuelve inevitable. Cosas que me regala la vida. Súbitamente el vacío deportivo se ha llenado de contenido.
Del amor, la chispa que despertó la
hábil tarea de ejercitar el cuerpo resulta bastante sencilla. Enamorarse existe del
mismo modo que el desamor, su antítesis. En conjunto forman un cuerpo infinito de
sentimientos. Aquel confortante pero agotador proceso de aventuras
placenteras ha arrojado el aprendizaje, hasta ahora, de comprender que mi amor viaja
cargado de memoria. Se posa de mujer en mujer. Ahí vive. Tras el corazón de
alguna desconocida. Homérico viajero. Como el clandestino pintado por Manu Chao. El caso, deseoso de volver a amar, me
propuse sentirme colmado de hermosura. No habría vuelta atrás. En adelante me declararía
un guapo en potencia. Me tomo el atrevimiento de refutar al respetado Toxicómano Callejero pero "los guapos somos más". Un acto egocéntrico, egoísta y estimulante. Que pone emoción
al juego de miradas. No es un narcisismo. Tampoco sufro de metrosexualismo
desenfrenado. Con humildad aplico la lógica:
¿Las guapas gustan de majos?, o a lo mejor estaré equivocado.
Frente a la sumatoria de ingredientes aclara una predecible consigna: hacer ejercicio. Detrás
de muchas caídas (sin contar las que vendrán) he interpretado que desear perfeccionar
mi autoridad sobre dicha tabla es entrenar físicamente. Un requisito
evidente en toda actividad deportiva. Cansado de caerme entendí que quería seguir
siendo guapo. Procurar evitar cualquier tipo de lesión hasta el número máximo de
posibilidades. Estar en óptimas condiciones para seguir saboreando los fatales
jugos del amor. De otros tantos placeres.
Hoy, sigo haciendo ejercicio. Convive entre mis hábitos. Terapia recuperadora. Ensamble de rutina. Una metamorfosis de lo desconocido a lo humanizando. Trasmutación
desinfectante. Sudorosa. Matutina. Cambiante de las predicciones del clima. Piadosa
de descanso los fines de semana. De vez en vez por temporadas. Cualquier persona de razón sabe que tanto el cuerpo
como la mente ruegan por reposo. No sé cuanto valla a durar
esta pendejada. Pero me agrada. La disfruto. Comienza bien la jornada. Materializa el carpe diem. Desembolsilladora de un maravilloso
carácter. Pronosticado por el virtuoso Murakami: los audífonos se
integran con extraordinaria plenitud. Otorgarle apertura a la música, sintonizar la radio: ¡oh! embriagadora
delicia. Agradezco haber nacido en la generación de Radiónica. Aprecio el sentido de la radio de Alejandro Marín. Muchachos formados, diría mi padre. Degustación de los Clash,
movimientos rítmicos con The Maytals. Convocar
a la reflexión mientras entreno para la vida. Manifestar el yo auto-critico. Formar imaginarios. Hacer conjeturas mentales. Diseñar arquetipos e
historias. Meditar sobre lo pulsado. Después de todo, así es presentada la anunciada consigna de anterioridades.