Homenaje a un gusto.
La aclaración inicial de olvidar
cualquier pretensión teórico-académica que del anuncio pueda desprenderse
permitirá soltar los siguientes amarres.
Conocí a Los Elefantes una mañana soleada de sábado en
Bogotá. El encuentro se pactó en un pequeño encanto de tienda, con los años
remodelada, contigua a la entrada principal de la Biblioteca Luis Ángel Arango.
Ni ellos ni yo habíamos acordado alguna hora. La coincidencia apareció con sus
casualidades. Me detuve en la corta sección de discos. Melómano habito: buscar
por buscar. De repente aparecieron Las
perolas de Motas. Imagen de un plato de comida para mascota, quizás
computarizada. Caratula y contraportada. Cautivador titulo de enredos. Eran Los
Elefantes. Les conocía. De las primeras épocas, contaba la leyenda. Respetados
por quienes gustaban de la música que venía de Jamaica. Compre el disco. Estaba
emocionado. Les había encontrado. Sabía que mi instinto no me fallaría. Llegue
a casa. Entre en mi cuarto. Al grano. Un play
anuncio la primera pista. Justificada introducción. Presentación de la obra
como en cualquier pieza literaria. Magnifico nombre: Nuestra granja. Sinfonía
cargada de animales. Vinieron los otros tracks
y con ellos una explosión en prisma-color. Qué gran álbum. Todo un
concepto. Deleite de música, risa, imagen y líricas. Fotografías en blanco y
negro. Elegantes trajes two-tone que emocionan al Rude Boy
latino. Para evitar sombras de dudas, el pequeño librito contenía la transcripción de sus letras. Soporte de una idea. Mi admiración consistía en deleitarme con
ellos. Con su irreverencia. Juego que aun me arroja hipótesis sobre lo que
quieren expresar para acompañar las partituras. Tengo personales
interpretaciones.
Gran foto del primer disco. Las Perolas de Motas |
Boca e’ Caimán. Canción insignia, sublime.
Animalidad a flor de piel. Himno fertilizador de mentes enamoradas. Simplicidad
de la vida cotidiana. Una confesión. La pausa. Sonidos que vienen desde la
ducha ¿A quién se le ocurre meter en la mitad de la grabación un fragmento
cantado en la bañera? Que importa. Yo también
la he cantado con el agua entre mi boca. Peche,
una genialidad. Trabalenguas de rapidez. Transformar una canción rusa (Goran Bregovic) en una oda al
emblemático tabaco. El quema pulmones. El apache sacado del publicista. Que fácil lo
hacen parecer. No tomo ron. Honesta
confesión de melancolía: “no juego rol el sábado hay salida, ya no hay billares
ni tampoco birra, me he decidido ir a seguirla y ya”. Otros sonidos son tanques
rebosados en brillantes poemas. La sapo
Rita, Mi papá es el cómico vinagre,
Don Tomate. Víctimas de un humor de
exagerada finura. Inesperado anuncio de cierre. El circo se burla del
espectáculo. La payasada inteligente ha finalizado.
Fotografía del primer disco. 1999 |
Concierto en el auditorio Michellangelo. Bogotá, 2001 |
Pasadas Las perolas de
Motas, ansioso esperaba el próximo record. Por fortuna apareció tres años más
tarde. Chic Taiwán. Nuevo bombazo.
Contundente knock out anunciando su
regreso. Dure muchos años creyendo que en verdad Los Elefantes iban a sacar una
película. ¿O en realidad la sacaron? Caí en la trampa del disco. Las letras de
nuevo se transformaron en deleitables poemas. Esta vez hubo más técnica. Habían
madurado, sin descuidar las particularidades de su humor. Descubrí a Charlie Parker. Camine por la bizarra Opium Street. Enloquecí con la versión de
Summertime. Le di cuerda al Elefante.
Sentí que Nadie sabe era la segunda
parte de No tomo ron. Bastantes conjeturas. Respetuoso cariño.
Nuevos canales de difusión llegaron. Apareció Francisco el Matemático. Ingeniero responsable del sonido de expresivos gustos alternativos. Se regocijaron en los oídos de masas. Comenzaron
a ser escuchados. Grabaron par de vídeos. Sin embargo, doy fe de que nunca
cambiaron. Se negaron a venderse a esa maquinaria que absorbe muchas bandas al
escapar del Underground.
Foto promocional. Disco Chic Taiwán. 2002
|
Hicieron una larga pausa. Llego el tercer y hasta ahora último
álbum. Una combinación marciana. Ya hablaban de otro mundo. Eran los mismos, el nombre del disco lo demostraba: La chica de las
tetas café. De horrorosa caratula.
Hablaron del Corazón. La adrenalina del Barrio Santa Fe. La famosa expresión Pocalucha. La sabrosura de su versión de Veneno en la piel. Vinieron los días de una horrenda tusa.
Entonces, la poesía absorbió de nuevo bocanadas de inspiración: “16 noches sin
ti, soy el malboro man de ayer. 16 noches
sin ti, no sé qué debo hacer”. Cuánta sutileza. Senderos recorridos en
saboreados versos. Seducción reggae con un final de rocksteady.
Los Elefantes siguen tocando. Arquitectos de música, no
necesitan ser desmedidamente creativos. Han construido una humilde idea, un
ensamble. Prominente arraigo de ciudad. Guardianes de un sonido. Sentido de
pertenencia. Son y serán bogotanos. Con nuevos integrantes, nunca pierden su esencia.
La misma voz. Las gafas de siempre en los teclados. El fondo vibrante del bajo.
Calurosas y enriquecedoras secciones de vientos. Explosión de identidad en el
escenario. La última vez que los vi, fueron teloneros de Skatalites. Un Titanic de concierto. No fallaron. Cante
desafinadamente el repertorio de sus canciones. Sonaron temas inéditos.
Descargue mis pies de energía. Reunión de caras felices. Ese día, medite sin
excederme en profundidad. ¿Existirá sensación más gratificante que sonreír
cumpliendo un sueño? No hubo respuesta. Tendré que esperar a un próximo
concierto.
El Capitán
Genial interpretación de una banda que no toma el SKA a la ligera, que hace de cada disco un universo y de cada presentación algo único.
ResponderEliminarGracias. La intención es difundir y compartir pensamiento.
ResponderEliminarbuenísimo!!!
ResponderEliminargrandes los elegantes Elefantes... y se viene el cuarto disco..
Gracias. De acuerdo, que grandes son. Saludos!
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