viernes, 24 de mayo de 2013

Bitácora desde el Pacífico


Notas en tierra firme,

Nuquí: paraíso imperial donde las aguas del mar pacífico la arena tocan, refugio de descanso de ballenas jorobadas, ángulo de mixturas culturales, asilo de tortugas, sociedad organizada de pescadores, portal de gastronomía exquisita, destino migratorio en tiempos de fiebre del caucho. Mirador hacia las aves, amplificador de imprevisibles olas, conjunto selvático de biodiversidad sonora. Región explosiva en colores, fauna interoceánica-terrestre de agudos lamentos que melancolías cantan. Acuarela de espíritualidad, afrocolombianidad y emberas. Golpes de chirimías emocionan las parrandas. Bosque húmedo tropical acapara la frontera de neblina en las últimas casas como queriendo abrazarlas. Vertientes de numerosos ríos fluyen desde las espaldas que bordean aquella frontera para desahogar sus arterias en la desembocadura del mar. Latidos de vientos fuertes hacen enloquecer frondosos árboles e inclinan las palmeras.

De acuerdo con el mapa de ruta hacia el sur se encuentra la playa Conqui, apetecida por surfistas que hablan de leyendas sobre Pela Pela, Pico de Loro y el Derrumbe. Al norte, la belleza se extiende por Bahía Solano y el Parque Nacional de Utría. A mediodía, la busqueda de las canoas que se alejan de los puertos: el océano.

Mapa de ruta nuquípacífico.com

Aterrizaje: veintisiete de diciembre con mis padres y hermana, primitiva pista empolvada. Salida: desde la gran Quibdó. Llegada a la cabecera municipal de calles sin autos, transito de bicicletas y pies. Casas con mecedoras afuera.  Tribus de ecoturistas. Habitación en madera con vista hacia la playa, hamaca extendida en un balcón, cama doble más dos sencillas cubiertas por mosqueteros, sillas al aire libre instaladas a propósito para disfrutar del paisaje.

Memorable ayer: distribuidos en familia a lo ancho del balcón leíamos individualmente, cada quien concentrado en lo suyo. Súbitamente apareció el marcador inolvidable de un nuevo mapa. Me dedicaba a rellenar un crucigrama cuando una caravana de música pasó a nuestros ojos. Colombia celebraba el día de los inocentes, tradición compartida por otros países, cristiana conmemoración de una masacre. Implacable juego de bromas donde toda intención moral se libera para permitir mofarse del otro. Contar una noticia posible pero mentirosa. Esa festividad aquí parece tan distinta como para mi atípica. Las entusiastas trompetas y platillos que orquestaban la fiesta precedían una corte de artistas que en la parte de atrás dramatizaban. Una procesión de funeral simulado se sometía a la acción, mientras tanto, la parodia compartía la botella de un no ficticio licor de color destilado. La broma estaba allí, era una respetada mofa al momento fatalindeseado de encontrar la muerte. Retador universal de la alegría, maquina de irrenunciables pensamientos, antítesis de la felicidad que en este lugar la apodaron vida. Decidimos unirnos familiarmente al festejo, seguir la expresión artística de afrodescendientes voces, paradoja material del exodo involuntario proveniente del África impregnado de otros ritos, notas solemnes de tamborinos y bullerenges. Mis padres de la mano recibían la botella con la invitación al sancocho de remate. La noche se hizo en fogata a la sazón de la comida, las casas sacaron los parlantes, caras compartiendo cena, manos en las tamboras, había comenzado a la parranda.

Juana tengo en mi memoria, Aee ay Juana
Como que me mientan la gloria, Aee ay Juana
La perdiz se enamoró.
De los huevos e’ la torca, Aee ay Juana

Satisfacciones perciben el humor de nueva mañana. Los rayos del sol se ocultan en la panorámica lluvia, pintura geográfica irrepetible.

Persiste mi residencia en esta bahía, ella me ha conquistado, yo no la he conquistado a ella, y que extraño pero que bien se siente estar enajenado por lugares. Símbolos del desvelo causado por la luna que reposó de ayer en la invencible hamaca.


El Marinero



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