martes, 30 de abril de 2013

Sofía encantada en Colonia del Sacramento


Dante se llamaba aquel recién acreditado sociólogo que a un buquebus cruzando el Río de la Plata fue a parar luego de un largo viaje desde Santiago de Cali con su mochila al hombro por tierra. Sus padres le habían conversado sobre aquella blancura conquistada en el borde de la prospera tierra uruguaya. Ansioso desde la popa aguardaba contemplando  la frontera invisible del agua. Equilibrio en el rostro. Bienvenidos a Uruguay. Sellaron su pasaporte. Departamento de Colonia. Terminal-puerto fluvial.

Gotas de sudor caían en su frente y defendían la angostura de su barba advirtiendo el pesado aire del mediodía, súbito verano de noviembre. La máscara de humedad se estampo en su camiseta, miro su reloj para compararlo con el de la estación, estaban sincronizados. Cambio pesos argentinos, compro agua en ligero frasco. Emprendió salir para descubrir como siempre. Al girar a la izquierda por la calle Intendente Suarez hacia la acera del frente una muchacha, de morral y blancos audífonos, iluminada entre las sombras pasaba su reflejo por el espejo de simpática heladería italiana. Dante se acerco, se detuvo frente a aquellos ojos azules, cabellera color león terminada donde empieza la columna, pregunto la dirección inscrita en la palma de su mano. Ella se retiro los audífonos, contesto conocer el camino, marchaban hacia el mismo hostal, recibió del agua con una sonrisa. Continuaron andando instruyendo conocerse.

Sofía se presento. Fotógrafa de Valparaíso, trabajaba por entregas para una revista de modas, residente de un costado de Plaza Mena a dos calles de la Sebastiana. Aventurera empedernida su risa la delataba. Amante de la música argentina y los funiculares. Visitante frecuente de zoológicos. Venía de paso para practicar sobre diafragmas y focos. Dante se presento. Antiguo universitario del valle, prominente interprete de harmónica. Admirador de restaurantes en barcos, asistía como editor de cuentos infantiles. Reveló haber soñado una noche atravesar larga parte de la ruta panamericana para conocer países. No preguntaron edades, jugaron a dialogar sin dejar de mirarse. Se gustaron. Viraron a la izquierda en la avenida General Flores, marciales intersecciones. Llegaron al hostal, registraron por aparte sus destinos.

Regresaba Sofía de capturar arquitecturas cuando se tropezó con Dante en la puerta del albergue fumando bocanadas de tabaco que llevaba a la frente, en sandalias y bermudas. Tranquilo contemplaba la independencia de la esfera naranja radiante sumergida a media altura sobre la bandeja de agua. Ella, confesó cautivarse por la  dulzura del paisaje. Cambio de lente, tomo unas fotos.  Atónito, él examinaba el azul vestido de enfrente, subterráneo como esos ojos. Saco del bolsillo diminuta cámara análoga de fabricación charrúa introducida artesanalmente en una corta botella de vidrio que alrededor del corcho tenia escrita en letra cursiva la palabra encanto. Abrió su mano derecha intencionalmente para entregarla. Agradecida prometió cargarla consigo a manera de amuleto. Resolvieron ir por algo de cena. Patio colonial de veraneras columnas, chivitas con vasos de Pilsen, sillas al libre de afuera. Una pareja de ancianos danzaba cielito de patria. Emprendieron recorrido, melodías que salían de ventanas precedieron la introducción del vino. Senderos rústicos en piedra. Descendieron por la calle de los suspiros, la que en colonias se repite.  Bordearon las murallas, alcanzaron el faro, inevitable guía. Mientras disparaban con la cámara improvisados retratos compartían la botella. La ciudad blanca embellecía con el encanto de las farolas encendidas, la brisa murmuraba la frescura del cuarto menguante. 

En el viejo muelle del puerto, a la orilla sin botes decidieron sentarse. Bebiendo anécdotas repetían coros de improvisadas canciones. La noche ejecutora  maquinal del deseo aprobó permisos para tocar ajenos labios. Polifónicos susurros fomentaban la encantadora unidad del lenguaje. Rehenes embriagados de libertad se entregaron tres veces a un mismo acto. Abrazados a la comunicación universal del silencio pupilas cargadas de fuego detectaron motores de sigilosas embarcaciones lejanas. Pasmados de emoción alistaron el retorno ajustando sus ropas.

Bienvenidos al hostal se tropezaron con cansados humores propiciados por la soledad de la madrugada. Dante realizó borrosos esfuerzos para comparar el reloj contiguo a la recepción con el suyo, estaban sincronizados. Se abrazaron deseándose buena suerte, un lento e incronometrable beso corrió por sus bocas. Ella, tomaría una ducha antes de partir rumbo a Montevideo, conocería el sur del Brasil por escalas. Él, permanecería unos días buscando la ruta hacia el parque nacional de Anchorena, prometiendo visitar Isla Negra a su regreso por las costas del litoral central.

Nítidas fotografías borradas retornaron  los recuerdos en la playa de la Barra donde Sofía embotellada fue a parar, contigua a una discoteca a pocos kilómetros de Punta del Este. 

Memoria en digital de análogo encanto.



El Capitán
Relatos de viaje del viento




7 comentarios:

  1. Preciosa historia, me encanta tu blog :)Un saludo.

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    1. Muchas gracias Vero, que alegría saber que la palabra encanto persiste en el aire

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  2. Me fascino la historia y sobre todo lo de las fotografías porque me encanta, saludos y felicidades.

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    1. Gracias mil Catherine espero seguir regalando sonrisas. Saludos

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    1. Muchas gracias Eliana por tu comentario es un placer que me retroalimenta. Saludo

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  4. Hermosa historia desarrollada en un territorio no menos cautivador. Si desean ir a Colonia planifiquen ingresando en: www.PortalDeColonia.com.uy
    Bienvenidos

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