Mareas desatan el acto de escribir para conjugarse con otras mareas. Quiero ver la forma como voy manifestando cosas que hablan de mis cosas. Pedazos que ninguno sabía ni tenía porque saber. Desvestido de todo temor que prohibe reconocer práctico razonamientos inacabados. ¿Justificación precedente? Tal vez, desconozco su significado. Soy el capitán de las palabras. Es preciso que las correcciones periodicas cambien los textos, habito ortográfico relacionado con Freedom-Sound. Propiedad del corregir procurando renovar ideas. Respetuosos agradecimientos para quien practica la lectura de perspectivas personales. Detecto estupideces que no comparto como hacer pésimos comentarios que puedan arruinar la forma. Sorprende tener que vivir con la paradoja de ser libre de contarlo. Situaciones que repercuten en elaborar actos de honestidad maleables que embarcan distintos rumbos pedaleando en alegrías. Aburridor es entrar en balísticas calles. Con el tiempo quisiera colocar fotografías de autor, sonidos originales e intimidades futuras que irán apareciendo. Me deleita hacer pausas para salir a navegar por temporadas. Contradicción que se dispara cuando desatado de cualquier rigidez en las entregas, estoy decidido a otorgarme continuidad. Es una actividad que lentamente se va incorporando. Comiendo frutos de este deseo tan solo espero que el barco cargado de mortal memoria no se hunda junto al cofre que oculta mi nombre.
Sinestesia de buena vida
decantada en iluminadas marcas. Dentro de las más intencionadas existen mis
tatuajes. No concibo estar a cierta distancia del cuerpo en que persisto. La
tinta abrazada a la piel es una representación simbólica del sujeto. Según
las cartas del designio debieron ser tres. Cada uno viviendo en particularidades.
Bajo su propia importancia. Vista en
ensamble, dicha simbiosis grafica representa un componente de mi identidad.
Amalgama del fui, soy y seré.
Para la materialización del
antiguo deseo la ubicación se constituyo en un presupuesto fundamental. Pensé
en la parte alta de la espalda contigua a los hombros, espectro de mi cuerpo
que presentía acoplarse a la tinta. La primera ocasión no concreto una experiencia
agradable. Decepción frente a lo imaginado. Había cumplido 18 años y buscaba marcarlo con una señal. Abreviar una idea. Convencido medite la posible forma. Visualice
con exactitud las dimensiones de mi omoplato izquierdo. De pronto, apareció
congelado un inspector Gangter
en dos tonos marcando un emblema de orígenes. Aquel detective pertenecía a una
orquesta musical propiciadora de un valle de balas. Precursores, junto a otro
puñado de bandas, del boom del ska en
el Sur de América, hablaban en propiedad de Desorden
Público. Me sentí identificado. Llegue a tan pequeño local atendido por un
caballero de largos dreadlocks que no
gustaba del reggae. Contemplo mi invitación, me sentó en una
silla y comenzó su trabajo. Millones de punzadas por minuto atravesando el lomo
para sentir la carne. Sensación de adrenalina colmada de un inexplicable dolor
al que llegue a acostumbrarme. Guantes de cirugía, aroma de alcohol medicado,
servilletas de cocina manchadas de negra tinta mezclada con sangre.
Pasada la hora de sesión estaba
seguro del final. Por desgracia la noticia fue otra. Según me explico el dibujante
el muñequito a blanco y negro había quedado pálido porque mi piel de sensible
pigmentación expulsaba altas cantidades de líquidos rojos. Era necesario hacer dos
o tres sesiones. No comprendía lo que había pasado. Triste salí del lugar con
el peso de la desilusión y una caja de terramicina. Pague mi precocidad por lo
que nunca regrese. El lugar no era el mejor, el tipo no me simpatizaba. Deje
las cosas como estaban.
Desorden Público primer disco. Logo tatuado en la parte superior
Pasó largo tiempo para que
recordara una tarea pendiente. Resolví ampliar el sentido de esa paupérrima
imagen. Quería darle color, sonido, ritmo. Así se comporta el reverso de mí.
Volvieron las reflexiones. Había que fabricar un concepto. Buenos vientos
inspiraron un día de euforia. Positiva calificación que enorgullece el alma. Me
entregue a fumar la noche. Extenso
camino por la séptima avenida. La naturalidad me coloco en una tienda de aretes
y tatuajes, antes antiguo bar. Dos calles después de la cincuenta y tres. Presentí
que había encontrado el lugar. El pintor se presento. Lo apodaban Kike, menudo rockero de delicados
trazos. Decidí confiarle el secreto. Planeaba montar una galería ambulante de
arte en mi espalda. Yo el curador, sugerí puntuales puntos de vista. Buscaba
reanimar al inspector, desprender un mensaje desde la columna vertebral, y
completar el costado derecho con otras influencias.
El artista: Mr. Kike
Bien, pactamos una cita. Como
cualquier oferente me enseño su propuesta. Era justo lo que estaba buscando. Así
lo había imaginado. Sellamos el trato. Los nervios me dominaban. Esta vez, tuve
que recostarme en una camilla de cómoda almohada. Sentí que algo comenzaba a
suceder de nuevo. Pasada hora y media, flotaba extasiado de la concentración
con que el artista condensaba la exposición.
Ningún rastro de duda. Era él, la aguja, mi entidad. Sutileza en máximo
esplendor. El entorno debía ser
compatible de lo contrario la idea fracasaba. Higiene absoluta. El juego de los
colores en una pequeña paleta. Copos de nieve de anestésica energía. Luz de neón. Había dolor, por su puesto. La corporalidad
es la constitución de un delicado tesoro. Decidimos hacer una pausa. Retomo el
trabajo con calma. La concentración continuaba. En aquella camilla mi mente
construía maravillosas sensaciones.
Saturninos pensamientos sobre lo que estaba sucediendo. Conjeturaba la tinta
circulando para impregnarse en la piel. La aguja perforando rápidamente los
huesos. La música transformándose en iconografías. Piezas mortales de una sopa
de letras, humano respiro de alegría, satisfacción de cumplir un proyecto.
Borrador del diseño
Poseo especial cariño por tales
tatuajes. Si me disgustaran mi vida sería una pesadilla. Viven escondidos
esperando el momento indicado para mostrarse. Habito autobiográfico. Es
agradable pensar que jamás podre ver aquellas
pinturas con mis propios medios. Tan solo si me esfuerzo en girar bien la cabeza, aspiro a encontrar las
direccionadas puntas. Es por lo tanto, una condición sine qua non recurrir a espejos o fotografías para entender cómo se
comportan.
Momentos posteriores al final de una idea
La Mano Negra, a la derecha,
trasmite ironía. Navegante de canciones enajenadas en distintos idiomas. El
expreso del hielo, la idiosincracia de Barcelona, fiebre de putas, Fidel
Nadal, faro Guayaquil.
Presentaciones en barco cargado de aventuras, míster matanza, Hot Pants, los dados mágicos, ciudad
planeta. Aquel de la izquierda, es el veterano que ha vuelto a ser joven. Se ha apoderado de la danza de
los esqueletos. Latino a flor de piel, saxofones molotov prediciendo economías,
África regresando al Caribe. Un tributo al sello de Jerry Dammers, Tokio enloquecida, primer cassette, zapatos resbalosos, inolvidable concierto, skapate conmigo.
Del centro se desprende la combinación de una expresión. El sound system de mi espalda. Tocadiscos
sin nombre, punto de partida, let it play.
Las alas Freedoom/Sound son la
culminación de una inmensa bola de fuego que lanzaron los Skatalites. Virtuosas armonías instrumentales que desatan la
libertad y el sonido. Discursos sobre lo esencial de mi lenguaje. Lejos de todo
ideal, ambas palabras son una convicción. Presupuesto existencial. Prisma de
letras que se descompone para emboquillarse en significados poseedores de un único
carácter. Cuenta regresiva de lanzamiento de toda fiesta musical, temblor que
imprevisible momento altera. En la parte inferior, emblemáticas banderas
recuerdan diásporas. Caribeñas historias que se conjugaron en Europa, barcos de
miles de jamaiquinos conquistando islas lejanas. Nuevos Trenchtown en el sur este de Londres. El éxodo de Bob Marley, los viajes de Prince Buster, las Colecciones de Trojan Records, mutación precursora del rocksteady. Misteriosos secretos que
descansan en patrimonios culturales que no desaparecen. Necesidad de preservar
las raíces: el chiken jerk, los
carnavales de Notingh Hill, la furia
de Hailie Selassie. Escenas que en
mi se humedecieron. Colores tatuados que mi colombianidad enriquecen. Ante el
sonido la libertad se divierte en la memoria del alma. Paso despacio las manos sobre
la galería ambulante de mi espalda. Siento ganas de bailar. ¡PICK IT UP, PICK IT UP, PICK IT UP!
No vengo a resumir la obra del Extranjero. Es un
libro de mis afectos. Definido con simplicidad. Sellado con un hermoso
título.En francés, posee varias
definiciones: 1). Que viene de afuera, 2).Que no pertenece a un grupo, a sociedad
o a familia, 3). que es extraño, que no es conocido.4). Que no tiene relación con
nadie. Una sola palabra, un conjunto de significados. Todas descansan en la
novela. Flechazo de la infancia. Consuelo de oportunidades. Ejecutor cabalístico
punzante de mi amor por la literatura. La aproximación se la debo a la música y
los amigos. Elementos fundamentales.
Todo comenzó por G.P. legendaria banda de la ciudad
de Medellín. Descalabro de energía. Avalancha musical de toda oposición. El
primer cassette que recibí de ellos
lleva el nombre: De G.P para la Sociedad. Ameno regalo. El álbum me hipnotizo
por completo. Cada canción comenzaba con un extracto a modo de pequeño poema.
Los versos los pronunciaba Jimmy Jazz, antiguo vocalista de melancólica voz.
Aquello era el complemento perfecto para introducir las canciones. Idea
bastante original. Desconozco de otros que hayan hecho lo mismo. Inicia un tema dedicado a la absurda y loca: Carrera.
Inmediatamente después del final del verso viene la descarga de enérgico punk.
Magnífica unión de elementos. Ese primer sencillo termina como L’Ètranger de Camus,
cosa de la cual me vine a dar cuenta años después. El fumador argelino, desata
un discurso de ira luego de que se entera que va ser ejecutado en la cárcel
donde está condenado. Cargado de fuego en la boca, Mersault anuncia las últimas palabras "para sentirme menos
solo, me queda desear que el día de mi ejecución hallan muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio"
¡ Bang ! Disparo sin bala para mi cabeza. Una frase que rompe cualquier
atrevimiento. El aire viene envuelto en una forma que se escribe y se canta.
Acto de honestidad y liberación. Expresión de verdadero descontento. Insospechada literalidad del pensamiento.
Por otro lado, apareció The Cure. Forjadores de un sonido particular. Quizás influenciados
por los gemidos de Robert Smith. A
mis oídos llego Killing an Arab. Grandiosa
canción. Crudas guitarras. El nombre álbum mostraba el mensaje: Standing on a beach (1986). Soberbio
disco de éxitos. Sin duda, el extranjero se encarcelo dentro de esa letra. Tal
vez The Cure se sentía extraño para
su tiempo. Había podido salvarse pero decidió quedarse sin miedo a la verdad
para los que quieran escucharla. Cada vez que The Cure o alguien en el mundo la canta se está leyendo en
voz alta la historia de aquel hombre que caminando por la playa, termina propinándole
cuatro disparos a un árabe de agenciadas disputas . El poder de la palabra en
las canciones.
Con cierto grupo de amigos solíamos compartir el
arte. Juventud de gustos afines. Corríamos a ver cine en las tardes especialmente
al teatro libre cercano a la gótica iglesia Lourdes. Discutíamos banalidades. Nos recocijabamos
en antiguos conciertos. Simples redes sociales producidas por sentido común.
Cosas buenas de la vida. También compartíamos libros. Intentábamos aplicar la máxima
de leer libremente. Rotábamos, sugeríamos obras. Nada especial,
normalmente clásicos. Un hecho muy alto para mi. De poderoso valor espiritual. En
ese pequeño préstamo bibliotecario llego a mis manos el extranjero. Derrumbe sobre
cualquier intento de fuga. El libro se incorporó a las sonoridades. Inolvidable
fusión. Cuando abrí la primera página no pude parar hasta acabarlo. Su corta
extensión lo hizo fácil. La felicidad al llegar al final fue absoluta. Un déjà vu. Llamado a la puerta de mi alma. Plenitud. Cerré
el libro con una sonrisa. Había descubierto un autor.
Fotografía tomada de bogota.vive.in
A partir de ese momento, mi relación con L’Ètranger ha sido encantadora. Estoy condenado al libro y
como si el absurdo existiera soy feliz. Siguen apareciendo en mi camino
variadas interpretaciones sobre la novela. Esas situaciones producen que leerlo
sea un acto entretenido. Incluso encontré por azar la versión en cine. Adaptación
de Luchino Visconti (Lo straneiro, 1967). El film incluyo a la
bella Anna Karina y a Marcelo Mastroianni en el personaje de Mersault. Es una cinta simpática. Jamás
había visto tanta literalidad de un libro convertido en película.
Procuro leerlo por temporadas. En apariencia no
encuentro nada nuevo. Las letras que se escribieron para convertirse en
grandeza no han cambiado siguen estando ahí como las buenas amistades. Su
relectura no lo hace un tormento. Emprendo el rumbo hacia Marengo. Mi temor es el título de Capitán de un barco de infinitas posibilidades.
No ha sido un secreto que me
gustan los parques. En Bogotá los hay para todo tipo de gustos. Para nacionales. Para
independientes. Para novios. Para osos. Para bolivarianos. Para tunales con
túneles. Para virreyes. Si sigo el tonto juego corto me quedo.
Al costado del Planetario, en
plena carrera séptima se abre una puerta al encanto: el Parque de la
independencia. Un lugar común pero sentimentalmente especial dentro de la capital donde respiro. Esplendido tesoro. Estar cerca de las estrellas agranda lo sugestivo. Su
extensión es un conjunto de hermosuras. Oasis de fácil acceso. Pedazo de
pulmón. Hilera de escaleras sin nombre. Cada recorrido es diferente. Nunca
desata el mismo recuerdo. Allí aprendí a jugar con la cámara de mis ojos. Escribí
guiones de películas olvidadas. Recibí una llamada inesperada. Vi avanzar divinas siluetas de oscuros azules en inolvidables atardeceres. Alucinantes palmeras. Bifurcaciones de vías enredadas que conducen a alguna parte.
Mujeres ermitañas buscando sus destinos. Hombres de solitarios rostros. Sillas
para enamorados. Prados de altos arboles para los más arriesgados. Lectoras
imprevisibles. Viajo a través de sus rincones encontrando pequeños pedazos de retentiva. De mi Bogotá
que circula. Que dando pasos descansa. Aparecen sorpresas: el pequeño teatro de escaleras romanas. Remembranzas
de jazz al parque, de Plinio Córdoba. El carrusel abandonado para que la alegría infantil cabalgue en imaginarios. Las Pantallas para cinéfilos. El Compartimiento de vidas ajenas. Los esparcimiento
de animales felices. Personajes de extrañas miradas. Saludos cordiales. El espacio que cubre el parque rompe los límites en extensión. Abraza las emblemáticas torres que soñó Salmona para el deleite de la gente que pasa. Libertino de cafés, galerias de arte y recitales en curiosos locales. Lugares consolidadores de ciudadanas quimeras como las del personaje de
Sin Remedios, embrujadora novela de Antonio Caballero. Ocupa el bizarro
edificio Klïm, menuda locación para
ejecutar todo tipo de fantasías. Atraviesa la esquina donde aguarda Luvina, libreria materializadora de las historias de Juan Rulfo, manojo de deleites, deposito de objetos que rehusan digitalizarse. Reconoce la empinada Macarena. Paradojas
de vida, de seres que no se matan. Colmada en suculentos sabores. Cruza por
Bosque Izquierdo, con la presentación de curvas pronunciadas de particulares encantos. Prominentes sensaciones
para el conquistador de algunos de sus secretos. Comprende el mirador ignorado por los entes que por debajo lo pasan, omnipotente tesoro.Narraciones de substancia. Sortilegios de
cuadras. Es el yo caminando. Es la frontera invisible. Es la historia de un trayecto bogotano.
Fotografía tomada del blog http://bogotaenbogota.blogspot.com
Lectoras y lectores infinitas gracias por creer en este proyecto. En una semana de abierto se han alcanzado significativas entradas como visitas. Llenos de curiosidad hay quienes quieren leer el pensamiento escondido. Se esta corriendo el sonido. Es necesario continuar dejando rastros de mi escritura . La página como el siguiente vídeo han hecho de mi semana un carnaval de sonrisas.
Aquellas que han encontrado ese cajón, no los otros
Extraño podría parecer que
millones de seres como yo tengan guardada una caja de recuerdos. Algo me dice
la negativa de equivocarme. No me corresponde hilvanar hipótesis perfectas. Me
gusta pensar que caras felices tienen en sus cuartos memorias colgadas en la
pared o en algún rincón escondidas. En mi caso es un cajón. Por fuera como todos los cajones. De madera.
Apariencia de nada en especial. En su
interior la figura engaña. Una porción de mi se encuentra escondida ahí. Como
estas letras que voy dejando mientras escribo. Desde luego que no es guardador
de tristezas. En ese cajón están muchas de mis memorias. Individuales y
colectivas. De cruzadas transcendentales.
Relatos que satisfacen el alma. Tiene de todo un poco. Timidez de
creatividad: colecciones de cuadernos. Poesía de juventud. La mía bastante
ridícula. Versos improvisados satirizando mi historia. Otras vergüenzas de más
bajo nivel cargan autobiografías de amores felices y unas fotografías bailando
los FabulososCadillacs. De aquellas cosas de amor: fiesta de casa. Foco de
atención en el círculo sagrado del baile. Promiscuidad de grises tirantes. Ese pedazo de
madera tiene tantas cosas, que de muchas ni me acuerdo. Aun cuando permanecen. Y a veces me gusta hurgar en aquellos regalos del pasado. El
regreso es conductor impecable de mentalidades. Aprender de objetos. Símbolos
de una identidad. De lo que fui y persisto. No olvidarme. Atravesar la materialidad
que todo lo inmaterializa. De los olores
perdidos. Parcelar mi raíz. Jamás pronunciar un quien soy a modo de pregunta. Hago
memoria de mi colombianidad. Navego hacia al exterior. El antes: átomo de
particularidades. Mirador de la última letra. Rostros. Regocijos, emociones, tablones, momentos felices. La colegialidad a
flor de piel. Gaveta de sobredimensionado cariño. Prestar atención. No es preciso
aferrarme. Si algún día quieren quemar algo puede ser mi cajón. Proseguid con
la madera. Si a mi casa entran a robar,
llévenselo. No pretendo
contraer un síndrome de bipolaridad. Pérdida de costos física e inmaterial.
Compensación necesaria. Reparación obligada. De lo simbólico y lo
material. Alivio de cargas emocionales. Ganancia de ambas partes. Ejecución de
un acto de honestidad. Es preciso desprenderme de mis alegrías para invitar a
que lleguen mil más.
Brujas de claros colores los
juntarían de nuevo en París. Ella,
visitaba a su hermana. Él, esperaba con locura el comienzo de la Fête de la Musique. Celestial idea de guardar bien un correo.
Muchacho afortunado. Se escribieron. Acordaron una cita en la columna del
centro de la Plaza de la Bastilla. Salieron a devorarse la noche parisina.
Experimentar la Ronde de Nuit de la Mano Negra. Esta vez, hablaron en francés. Fueron por
unos mojitos famosos por el quartier. Caminaron por la Place de la République. Avanzaron hasta
el Quai St Martin. Mojaron la
palabra. Bebieron du vinrosé. Delicia fría de veranos. Lidiaron
puntos de vista sobre el absurdo de Francia.
Cantaron Couleur Café.Sus risas se conjugaron. Lannzaron centavos de euro desde el puente d'Amélie. Cada quien con su deseo. Jugaron con sus ojos. No hubo
tiempo para la foto.
Decidieron perseguir la noche. Eufóricos por bailar. El
famoso aller en boîte. Entraron en
discoteca. Sonidos de drum & bass.
Se entregaron a la pista. Cuerpos calientes lo demostraban. De pronto, las
luces enlazaron sus pupilas. Se miraron fijamente atreviéndose a besarse.
Desborde de un río apasionado. Lucharon con la corriente para evitar soltar sus
bocas. Ella, le susurro al oído: "estamos viviendo el inicio
del último tango en París". Él, le respondió con una sonrisa. Prohibido parar de
bailar. Ha comenzado la madrugada. Han apagado el sonido. Salieron desmesurados
buscando otro rincón para besarse. El
viejo apartamento de su hermana. Piso cuarto. Escaleras caracol, segunda
vuelta. Superficie de madera. La cristalización del deseo. Sus cuerpos
extasiados en primera comunión. Unidad. Amor. Placer. Destello de luz. El sol
anunciaba su llegada. El ritmo universal de la ciudad declamaba los principios
de su rutina agobiante. Las puertas del metro abiertas. Despertar en caluroso verano de
una mágica noche. Necesidad de decir adiós.
Tomaron rumbo a la Gare du Nord. Ella, regresaba a Londres
buscando entregarse a la suerte para cambiar su camino. Él, planeaba pasar unos
días a orillas del mediterráneo en las costas de Marseille. Sus bocas se despidieron entregados a un último beso.
Hubo un abrazo infinito. Jamás volvieron a verse. Permanecerá la dicha en sus
almas. Fervor de lo inexplicable. Presencia de un pronunciado hasta nunca bajo
el sobrehumano je t’aime.
FIN
Febrero de 2013 Ver la primera parte de esta historia aquí
Ella, estudiante de literatura.
Parisina. De la Sorbonne. De la Bastille. Distante de Truffaut admiraba a Jen-Luc Godard. Él, extranjero. Lobo
hombre en París en un verano de oportunidades.
Soñaba con visitar la tumba de Édith Piaf. Los restos de Jim Morrison. Procesar el cuadernillo de
eventos del Centre Pompidou.
Sumergirse en empinadas calles que posan detrás de la Basilique en el corazón de
Montmatre. Se conocieron cambiando
de destino. Atravesaron juntos por el Canal de la Mancha. Corto recorrido de París a Londres. Fue instantáneo. Extraña coincidencia compartir con ella
asiento. No hubo oportunidad para el juego de miradas. Valentía, voluntad.
Ofrecer pequeño Kínder. Negarse a
recibirlo. Comenzaron a charlar. Hablaron en inglés. Colmados de desconcierto
emprendieron conocerse. Él, leía en español Las
palabras de Sartre soñando con
habitar en el sexto piso de un apartamento del premier arrondissement con vista hacia otros tejados. Ella, se deleitaba con Baudelaire descifrando sus fleurs
du mal. Fumadora empedernida. Confesó regocijarse hurgando en la prosa de
Poe. Se gustaron. Fin del recorrido. Descenso en enorme estación de Waterloo tan grande como su batalla. No
hubo tiempo para un beso. Intercambiaron paupérrimos correos. Direcciones
electrónicas que flotan en el aire. Nunca se vieron en Londres. Él, sucumbió
ante las novelas de Dickens y Stevenson. Los versos de T. S. Eliot, de William Blake. Se acostumbro al Pymm’s.
Exótica bebida reductora de calores. Armado de vocabulario se entrego a la
belleza de los adverbios. Aquellos que en su conjunto describen paisajes o mujeres
absolutely stunning. Escribía los sábados,
recostado en los verdes robles de Holland
o de St. James Park. Frecuentaba
la National Gallery anonadado en la
perspectiva de la pintura holandesa. De Jan
van Eyck. De Vermeer.
Ella, se enamoró. Conoció a un artista de dreadlocks
y se fue a vivir con él. Confección del Fuck Forever de Babyshambles. Se instalaron detrás de una puerta en la calle Columbia Road. Al borde de un almacén de
antiguos sombreros. Asistía a clases de yoga. Se deleitaba con Quincey y Virginia Woolf. Gustaba del capuchino de Foyles. Adicta a los Gin-n-Tonic.
Opinaba sobre la oposición entre Yeats
y PatrickKavanagh. Leía en francés para
recordar a su Francia. Comprobante de las lunas de Shoreditch. Amante de los geranios que llegaban al mercado los
domingos. La facilidad en intercambios estudiantiles europeos.
La aclaración inicial de olvidar
cualquier pretensión teórico-académica que del anuncio pueda desprenderse
permitirá soltar los siguientes amarres.
Conocí a Los Elefantes una mañana soleada de sábado en
Bogotá. El encuentro se pactó en un pequeño encanto de tienda, con los años
remodelada, contigua a la entrada principal de la Biblioteca Luis Ángel Arango.
Ni ellos ni yo habíamos acordado alguna hora. La coincidencia apareció con sus
casualidades. Me detuve en la corta sección de discos. Melómano habito: buscar
por buscar. De repente aparecieron Las
perolas de Motas. Imagen de un plato de comida para mascota, quizás
computarizada. Caratula y contraportada. Cautivador titulo de enredos. Eran Los
Elefantes. Les conocía. De las primeras épocas, contaba la leyenda. Respetados
por quienes gustaban de la música que venía de Jamaica. Compre el disco. Estaba
emocionado. Les había encontrado. Sabía que mi instinto no me fallaría. Llegue
a casa. Entre en mi cuarto. Al grano. Un play
anuncio la primera pista. Justificada introducción. Presentación de la obra
como en cualquier pieza literaria. Magnifico nombre: Nuestra granja. Sinfonía
cargada de animales. Vinieron los otros tracks
y con ellos una explosión en prisma-color. Qué gran álbum. Todo un
concepto. Deleite de música, risa, imagen y líricas. Fotografías en blanco y
negro. Elegantes trajes two-tone que emocionan al Rude Boy
latino. Para evitar sombras de dudas, el pequeño librito contenía la transcripción de sus letras. Soporte de una idea. Mi admiración consistía en deleitarme con
ellos. Con su irreverencia. Juego que aun me arroja hipótesis sobre lo que
quieren expresar para acompañar las partituras. Tengo personales
interpretaciones.
Gran foto del primer disco. Las Perolas de Motas
Boca e’ Caimán. Canción insignia, sublime.
Animalidad a flor de piel. Himno fertilizador de mentes enamoradas. Simplicidad
de la vida cotidiana. Una confesión. La pausa. Sonidos que vienen desde la
ducha ¿A quién se le ocurre meter en la mitad de la grabación un fragmento
cantado en la bañera? Que importa. Yo también
la he cantado con el agua entre mi boca. Peche,
una genialidad. Trabalenguas de rapidez. Transformar una canción rusa (Goran Bregovic) en una oda al
emblemático tabaco. El quema pulmones. El apache sacado del publicista. Que fácil lo
hacen parecer. No tomo ron. Honesta
confesión de melancolía: “no juego rol el sábado hay salida, ya no hay billares
ni tampoco birra, me he decidido ir a seguirla y ya”. Otros sonidos son tanques
rebosados en brillantes poemas. La sapo
Rita, Mi papá es el cómico vinagre,
Don Tomate. Víctimas de un humor de
exagerada finura. Inesperado anuncio de cierre. El circo se burla del
espectáculo. La payasada inteligente ha finalizado.
Fotografía del primer disco. 1999
Concierto en el auditorio Michellangelo. Bogotá, 2001
Pasadas Las perolas de
Motas, ansioso esperaba el próximo record. Por fortuna apareció tres años más
tarde. Chic Taiwán. Nuevo bombazo.
Contundente knock out anunciando su
regreso. Dure muchos años creyendo que en verdad Los Elefantes iban a sacar una
película. ¿O en realidad la sacaron? Caí en la trampa del disco. Las letras de
nuevo se transformaron en deleitables poemas. Esta vez hubo más técnica. Habían
madurado, sin descuidar las particularidades de su humor. Descubrí a Charlie Parker. Camine por la bizarra Opium Street. Enloquecí con la versión de
Summertime. Le di cuerda al Elefante.
Sentí que Nadie sabe era la segunda
parte de No tomo ron. Bastantes conjeturas. Respetuoso cariño.
Nuevos canales de difusión llegaron. Apareció Francisco el Matemático. Ingeniero responsable del sonido de expresivos gustos alternativos. Se regocijaron en los oídos de masas. Comenzaron
a ser escuchados. Grabaron par de vídeos. Sin embargo, doy fe de que nunca
cambiaron. Se negaron a venderse a esa maquinaria que absorbe muchas bandas al
escapar del Underground.
Foto promocional. Disco Chic Taiwán. 2002
Hicieron una larga pausa. Llego el tercer y hasta ahora último
álbum. Una combinación marciana. Ya hablaban de otro mundo. Eran los mismos, el nombre del disco lo demostraba: La chica de las
tetas café. De horrorosa caratula.
Hablaron del Corazón. La adrenalina del Barrio Santa Fe. La famosa expresión Pocalucha. La sabrosura de su versión de Veneno en la piel. Vinieron los días de una horrenda tusa.
Entonces, la poesía absorbió de nuevo bocanadas de inspiración: “16 noches sin
ti, soy el malboro man de ayer. 16 noches
sin ti, no sé qué debo hacer”. Cuánta sutileza. Senderos recorridos en
saboreados versos. Seducción reggae con un final de rocksteady.
Los Elefantes siguen tocando. Arquitectos demúsica, no
necesitan ser desmedidamente creativos. Han construido una humilde idea, un
ensamble. Prominente arraigo de ciudad. Guardianes de un sonido. Sentido de
pertenencia. Son y serán bogotanos. Con nuevos integrantes, nunca pierden su esencia.
La misma voz. Las gafas de siempre en los teclados. El fondo vibrante del bajo.
Calurosas y enriquecedoras secciones de vientos. Explosión de identidad en el
escenario. La última vez que los vi, fueron teloneros de Skatalites. Un Titanic de concierto. No fallaron. Cante
desafinadamente el repertorio de sus canciones. Sonaron temas inéditos.
Descargue mis pies de energía. Reunión de caras felices. Ese día, medite sin
excederme en profundidad. ¿Existirá sensación más gratificante que sonreír
cumpliendo un sueño? No hubo respuesta. Tendré que esperar a un próximo
concierto.
Ha llegado la hora de revelar la
balota de mis secretos. No quiero pasar por escritor (omitir indicio de blogger),
ecléctico,o supersticioso. Hastiado el
mundo se encuentra de escondidos que por sobrenombres se matan.Desperdiciar una historia.
Sin más preámbulos entro en definiciones. La estupidez
del capitán aplica imaginarios tanto como lógicas elementales. Rafael Alberti irrumpe.
Marinero en tierra, libro arrollador. Tanto como su poema del mismo nombre. No
puedo explicar si se trata de un asunto de influencias. Yo no vine a
reivindicar la generación del 27. Es la fuerza con la que aparece. Toca a mi
puerta. Lo memorizo. Lo declamo. Destello
de triunfo. Reconocimiento en una Casa. La Casa de poesía Silva, lugar que enorgulleció
mi alma de niño. Emoción inexplicable.
Rio de lágrimas. El orgullo de mis padres.
Ese elemento, se fue añadiendo a
una premisa sin complicaciones: tengo un barco que se llama vida. Yo soy su Capitán. Es irreductible, inmutable. ¿Quién diferente a mí se atreve a manejarlo? Insolencia no permitida. El barco no posee título. Ha refundido algunos diplomas. Lejano de especulación. Tiene escrito mi nombre. Se llama
Guillermo Alejandro al igual que su padre. Apareció clavado en el puerto del alma.
Reconocimiento de una voz interior.
El barco navega. Cruza aguas
escondidas. Surca ríos y océanos. Despierta anclado en el river Thames, mañana amanece en el Sena. No teme ir a Ámsterdam. Desea como muchos devorarse el mundo. Ahondar el Amazonas. Sonreír en Ilha Grande. Enamorarse en Zimbabwe. No puede faltar la música, la
fiesta o el baile. Bebe ron en los cuartos de luna para olvidar sus
recuerdos de amores felices. Ha oído cuentos de piratas, de esbeltas sirenas.
Luz Buenonas multiplicadas. Aborrece anclar mucho tiempo. Prefiere los vientos
blandos. Se bebe cada sorbo del agua. Respira aire. Sensaciones encontradas.
Hay que seguir navegando, cada minuto es
apremiante. Faltan aun muchos mares…